lunes, 5 de diciembre de 2022

 REVOLUCIONES VERDES.





La revolución más importante es la revolución que no se ve.

Nada tan cierto cuando se lo aplica a la llamada Revolución Verde. Entre 1970 y 1999 – por poner algunas fechas aproximadas – las ¨Dos Revoluciones Verdes¨ transformaron el mundo de una manera tan impresionante que, si uno se detiene a leer las ominosas crónicas aparecidas en los medios de comunicación en los años 70 del siglo XX creería, por momentos, estar leyendo alguna distopía de mentes alucinadas. Efectivamente, esos años eran de terrible pesimismo. No sólo la amenaza de guerra nuclear, sino las inminentes hambrunas que asolarían Asia y África ponían los pelos de punta.

La llegada de la revolución científica- tecnológica al campo hizo que, en pocos años, esos temores aparecieran como irrisorios.

En la Argentina, en los 70, la producción de cereales y oleaginosas se duplicó, después de un estancamiento de 30 años. Pasamos de 25 M de toneladas a 50 M. En los 90 volvimos a duplicar la producción: se llegó a 100 M. de toneladas al terminar el siglo XX.

En los países más pobres de Asia y África, donde la amenaza de hambrunas se imponía sobre centenares de millones , a finales de los ochenta se podía decir, con máxima confianza, que la pesadilla había quedado atrás.

A partir de principios del siglo XXI el problema es cómo administrar la abundancia; una abundancia relativa, ya que siempre están surgiendo problemas que van más allá de los estrictamente productivo. Al final de cuentas, es el clima político y macroeconómico de una nación lo que va a determinar si los frutos de la revolución científica tecnológica se aprovechan al máximo.

 

PRODUCIR Y CUIDAR EL MEDIO AMBIENTE.

 

 

Todos los días aparecen noticias referidas a la prioridad que debemos dar al cuidado de la naturaleza. Podría decirse que vivimos en la era del cuidado del medioambiente. Muchas veces no es fácil conciliar las pretensiones de los ambientalistas con los requerimientos mínimos de la producción. Pero en las últimas décadas los avances han sido muy grandes.

La ¨labranza mínima¨, o ¨labranza cero¨ viene al caso, ya que es una práctica que desde hace muchos años se realiza en las principales zonas productivas de Argentina, y que en su momento significó una verdadera revolución. Revolucionó la forma de producir, a la vez que significó un avance impresionante en la conservación del principal recurso que dispone una nación : su suelo.

En los próximos años debemos enfrentar el desafío de producir cada vez más y preservar cada vez mejor. Si nos atenemos al conocimiento del clima de la región pampeana, es muy probable que las próximas décadas sean cruciales en un aspecto que, hasta ahora, ha sido sólo preocupación de los expertos: las cada vez más frecuentes secas que, con mucha probabilidad,  se abatirán sobre esta región clave de la producción agropecuaria. Y no sólo la región pampeana, el 70% del territorio argentino cae bajo la categoría de ¨semidesértico¨ o ¨desértico¨.

Para implementar una política eficiente de riego, que ayude a paliar las situaciones más graves, es prioritario profundizar la extensión de la infraestructura energética. El productor, enfrentado a situaciones de este tipo, sólo tiene una alternativa: disponer de abundante energía, a precios accesibles.

Y aquí aparece de lleno el problema político: estamos inmersos en un época de creciente sensibilidad a cierto tipo de situaciones que ahora mismo se manifiestan en una tendencia: la transformación energética motivada por el cambio climático. En Europa, las consecuencias de estas políticas apresuradas están a la vista: una crisis que amenaza la prosperidad lograda en décadas de sacrificios.

Lo más conveniente para un país como argentina, es tomar nota de todo lo que se hizo en los últimos 15 años en relación a las acciones tendientes a remediar los efectos del cambio climático: vamos a aprender a no cometer los mismos  errores que los países ricos y entusiastas con las modas anti-combustibles fósiles acometieron.

La energía barata y abundante es el fundamento de la prosperidad de los pueblos: esa es la lección que jamás debemos olvidar.

 


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